Florencia, Venecia, Stendhal y nuestros chavales de bachillerato
Tomás observó cómo se cerraban las puertas correderas e hizo un gesto con las manos que daba a entender que todos los chavales habían salido con sus maletas. María José resopló, primero, y sonrió, después. Inma dijo que esperáramos unos minutos antes de atravesar la puerta de salidas de la T4 de Barajas para dar tiempo a los chavales con sus familias a dispersarse. A mí me pareció bien. El viaje había terminado.
Subo al taxi para volver a casa, asumo finalmente que estoy en Madrid y me viene a la cabeza ese vaporetto que íbamos a perder seguro. Recuerdo el autobús que no podría llevarnos al hotel de Mestre porque tenía prohibido circular después de las diez de la noche. Pienso en la llamada que íbamos a recibir, sí o sí, desde la recepción del hotel de Montecatini para darnos queja de las correrías nocturnas del grupo. Sonrío al revivir, de nuevo, la sensación de absoluta certeza de que algún alumno llegaría sin DNI a la puerta del avión.
El viaje a Florencia y Venecia fue un éxito. Lo hubiera sido, probablemente, aunque alguno de nuestros temores se hubiera materializado. Pero la realidad es que llegamos a tiempo al vaporetto, el autobús pudo circular sin problema hasta Mestre, no hubo llamada (¿o sí?) de la recepción del hotel de Montecatini y todos los chavales llegaron debidamente documentados al avión.
Es más que probable que ninguno de nuestros chicos llegase a verse afectado por el síndrome de Stendhal, el célebre autor francés que, en 1817, tuvo que abandonar la visita de la Santa Croce de Florencia, al sufrir, impresionado por la magnificencia de la iglesia, taquicardias, mareos y sudores fríos. Es, de hecho, casi seguro, que si alguno de nuestros chicos y chicas experimentó en la capital de la Toscana los síntomas del famoso síndrome, se debiera más a la falta de horas de sueño que a la belleza de la ciudad. Lo que no quita para que disfrutaran de Florencia tanto o más que el famoso escritor realista del XIX.
Los días que pasamos en Italia fueron intensos, un no parar, un bombardeo de experiencias. Los chavales pudieron admirar el David de Miguel Ángel, el Ponte Vecchio, la Torre de Pisa, San Marcos o el Gran Canal. Pero, por encima de todo, disfrutaron de cuatro días frenéticos de convivencia, en los que los incomparables escenarios en los que desarrollaron sus aventuras estuvieron acompañados de un tiempo inmejorable y de una gran predisposición de todo el grupo.
Para la organización también fue un nuevo reto. Nunca antes en este tipo de viajes habíamos visitado dos ciudades distintas, durmiendo en ambas, con todo lo que eso conlleva (desplazamientos, dos hoteles diferentes, tiempos más ajustados…). Prueba superada también. Mis tres compañeros estuvieron inconmensurables, como siempre, pendientes de todo, sin dejar de disfrutar y garantizando el éxito de la expedición. Tres hurras, también, por las familias que confiaron en nosotros y por los alumnos de bachillerato del Nuevo Velázquez, los protagonistas de todo esto. El año que viene, una nueva ciudad europea les espera. ¿Cuál será? Se admiten apuestas…
Autor
Carlos González
Carlos González es profesor de Historia en el colegio Nuevo Velázquez de Madrid desde el año 2010. Desde 2013, además, forma parte del equipo directivo del centro y actualmente desempeña las funciones de director.
El éxito del viaje estaba asegurado con los cuatro acompañantes que fueron con los alumnos.
Leyendo el artículo me sentía como si yo tambien hubiera ido con vosotros.
Magnífico viaje y magnífica experiencia inolvidable para todos. Enhorabuena y el próximo año destino a…