«Reflexiones y soluciones» desde el público

Un comentario al artículo de la VIII Jornada de Sensibilización TDAH me ha traído hasta aquí, aceptando la oportunidad que me ofrece el Nuevo Velázquez para extenderme un poco más. Iniciativas como esta siempre son de agradecer y, con independencia de las razones que cada uno de nosotros tuviera para acercarse al IES Barajas, lo que allí se dijo fue, sin duda, de gran ayuda para todos. Lástima que desde las instituciones públicas no haya la misma determinación y, por qué no decirlo, delicadeza.

Me pareció muy oportuno el orden de las ponencias, sobre todo, abrir con Ángel Terrón y finalizar con Pilar de Castro. Quién mejor que el fundador de Educ-at, psicólogo y diagnosticado de niño con el trastorno, no sólo para aportar información de la situación actual, sino también ejemplificar que se pueden lograr muchas cosas con apoyo, entendimiento, estrategias y herramientas adecuadas. Asimismo, dado que el tema de la medicación preocupa tanto a todos los padres, los datos aportados por la doctora durante su intervención fueron muy importantes para arrojar luz a un asunto tan controvertido y espinoso. Como bien dijo, se trata de ciencia. Desde que en 1937, por avatares de su práctica médica, Charles Bradley, neurólogo infantil, descubrió un tratamiento, se ha avanzado mucho.

Mi propia hermana, enfermera de profesión, se negaba a ello hasta que la neuropediatra de mi sobrina, después de meses de trabajo conductual sin resultados, le quitó el miedo. «Tu hija no se comporta así porque quiera, sino porque no puede comportarse de otra manera. Prueba. ¿Qué pierdes?», fueron sus palabras tras explicarle que la terapia farmacológica era segura. Tras su diagnóstico, hace poco más de año y medio, llegó el mío ya de adulto. Ni que decir tiene que me cogió por sorpresa. Siempre había pensado que el TDAH era algo propio de niños y adolescentes problemáticos. Yo había sacado buenas notas. Nunca había tenido problemas en clase hasta que llegué a la Universidad y fue entonces cuando, junto a una situación familiar complicada, comenzaron a asomar, como dice el doctor Manuel Antonio Fernández en El TDAH y los trastornos del neurodesarrollo, esas «mentirosas compañeras», las comorbilidades, la ansiedad y la depresión.

Otra cuestión que se trató, y que para mí tiene especial relevancia, es la heredabilidad. «Si tu hija se comporta así es porque en su familia hay otros como ella, aunque no estén diagnosticados». Esta frase, además, entre otras cosas, de que mi abuela decía que mi sobrina le recordaba mucho a mí de pequeño, hizo que se me encendiera la bombilla. Y a día de hoy estoy casi seguro de que mi padre, que en paz descanse, también tenía el trastorno. De hecho, Javier Correas Lauffer, jefe de servicio de psiquiatría del Hospital Universitario del Henares, en un párrafo de Placer y recompensa. Los mecanismos de la motivación, un libro que no está dedicado al TDAH, pero que lo aborda en uno de sus apartados, describe con detalle la conducta de mi progenitor sin haberlo visto nunca.

Por ello, para terminar, me gustaría hacerlo con un extracto de Placer y recompensa en referencia al TDAH y compartirlo con vosotros: «Se trata de una enfermedad cerebral con suficiente aval científico en cuanto a su genética, su neurobiología y su tratamiento, pero osadamente cuestionada por muchos basándose en opiniones con nulo rigor científico. Gracias a la evidencia que nos han aportado incontables estudios al respecto, sabemos que los sujetos con TDAH presentan una deficiente activación dopaminérgica del córtex prefrontal. En realidad, los afectados pueden activarlo, pero necesitan estímulos muy potentes para ello. Por el contrario, cuando el estímulo es débil, por ejemplo en el caso de una aburrida clase en el colegio, los niños y adolescentes con TDAH tendrán una activación muy inferior a la de sus compañeros. Esta hipofunción dopaminérgica del córtex prefrontal hace que no puedan centrarse en la explicación más allá de los primeros minutos de cada clase, por lo que se aburren, se sienten inquietos, se levantan, hablan, molestan a sus compañeros y a su profesor. Además, la baja activación del córtex prefrontal provoca que regulen mal los frenos, por lo que su comportamiento suele ser impulsivo. Conforme van creciendo, su capacidad para regular las conductas mejora levemente: ya no se levantan en clase, no se mueven de un lado para otro sin parar, y son más capaces de orientar su conducta a la búsqueda de estímulos que les activen, para poder salir así de la desesperación que les suponen esos estímulos bajos».