Ese señor del que usted me habla
Ese señor del que usted me habla es mi profesor. Es complicado, en ocasiones, explicar mi relación con ese hombre o mujer y decir de qué le conozco. No es mi padre ni un policía, ni un sacerdote ni un enciclopedista. Le veo madrugar, le veo con ojeras, le veo en el atasco de la M-30 o en el metro (pero no le saludo porque ¡qué raro sería interactuar con él fuera del aula!), le veo sonreír con picardía y burla cuando le pregunto en el examen por lo que me repitió diez veces, le veo llegar tarde, entristecerse cuando tenemos problemas serios, carcajearse cuando le contamos nuestros pinitos amorosos.
La docencia, cuyo día de la maestría fue este pasado lunes (aunque cabe preguntarse si somos maestros o simplemente profesores, como si hubiera algo de simplicidad en este oficio…), es algo que no es de este mundo. ¿Qué es un docente, ese tipo que convive con un adolescente seis horas al día sin ser de su familia, pero conociéndolo con una lealtad indescriptible?
Famoso es Albert Camus, escritor francés, que al ganar el Premio Nobel de Literatura se lo dedicó a su maestro (las redes sociales lo han viralizado y reviralizado tanto que lo han deshuesado de cualquier chicha novedosa, pero sigue siendo un fragmento bonito que recuerda este mismo trabajo duro, trascendental y largoplacista). Los profesores, esos señores de los que usted me habla, impactan, afectan, maduran la mente de sus alumnos, los acompañan y les mejoran como personas, ciudadanos cultos, reflexivos, felices. «He recibido un honor demasiado grande», dijo Camus pensando en su maestro, el viejo profesor Germain, al recibir el máximo galardón de las letras. Huérfano de padre, y con una madre analfabeta, solo con un profe aplicado, una «mano afectuosa» llegó a ser periodista y luego dramaturgo filosófico, afirmó. No pensó que también su docente recibiría un premio ese día con ese discurso.
María Zambrano, en el exilio tras la guerra, hablaría siempre maravillas de su mentor intelectual, Ortega y Gasset: «Ortega estaba lleno de caridad intelectual: pensaba para los españoles, se hubiera metido dentro de sus cerebros para aclarar su pensamiento. Y esto es lo que yo no olvido de él». ¿Qué hay más bonito que tener un profesor que te ayude a pensar hasta poder separarte de su propia visión del mundo y discrepar, acunarte entre sus brazos intelectuales para ayudarte a alzar el vuelo lejos?
Pero hablamos de personas lejanas, famosas, y tal vez podríamos hablar de señores y señoras de estos días actuales. Esos señores de los que usted me habla son Zulaika, con sus chascarrillos y anecdotarios sobre la Guerra Fría (en ocasiones políticamente incorrectos); o Lucía, con su énfasis tranquilo en la sintaxis y en la teoría de la comunicación; o Estela, en la gramática inglesa, árida en ocasiones pero simplificada con cariño y acento galeguiño; o Cristina, con sus insistencias metodológicas y paciencia en el despeje de ecuaciones; o Julio, con sus técnicas musicales para ser DJ y sus orquestas desafinadas que nunca lo enervan; o Borja, con sus cien bufandas en diciembres blancos explicando a los muchachos cómo hacer los ejercicios bien mientras le crujen los dedos por el frío («¡A ver, chavaaaales…!»). Esos señores y señoras de los que usted me habla están aquí, entre nosotros. Ahora. Son profesores y algún día conseguirá usted el Nobel gracias a ellos.
Autor
Guillermo Martín
Guillermo Martín es profesor de Filosofía de un IES de la Comunidad de Madrid. Impartió clases en el Nuevo Velázquez entre 2019 y 2024.
Totalmente de acuerdo en todo. Difícil tarea. Muchas gracias a todos
¡Gracias a ti por tu comentario, Mayte! ¡Un fuerte abrazo!
¡Gracias, compañero, por tu brillante y emocionante artículo!
Releyendo ahora la carta de Albert Camus a su querido maestro, vienen a mi memoria las palabras del historiador y novelista Henry Adams:
“El profesor deja una huella para la eternidad; nunca puede saber cúando se detiene su influencia”
¡Un abrazo, Guillermo!
Precioso el texto del amigo Guillermo y preciosa tu reseña, querida Estela. ¡Un abrazo enorme!
Grande Guillermo. Gracias por la mención. Seguiremos al pie del cañón de la docencia. Buen artículo. Un abrazo
¡Gracias, Borja, por seguir y participar en «El blog del Nuevo Velázquez»! Un fuerte abrazo.
¡Qué texto tan emocionante, Guillermo!
Estoy de acuerdo contigo en que no se sabe muy bien qué tipo de relación es esa que mantenéis los maestros con vuestros alumnos, pero discrepo en que la docencia sea algo que no es de este mundo. Si efectivamente maduráis la mente de nuestros hijos, los mejoráis como personas, los convertís en ciudadanos más cultos, los acompañáis, los ayudáis y los enseñáis a pensar, yo creo que no hay nada más terrenal que vuestra labor. Ahora bien, otra cosa es que parezca magia…
Un abrazo agradecido
Muchas gracias, Silvia, por tu reflexión y por tu constante apoyo a «El blog del Nuevo Velázquez». Hace pocos días, tu último post se convirtió en el más comentado de la historia del blog. ¡Enhorabuena! ¡Fuerte abrazo!
Cada vez que leo el blog del colegio, me suele asaltar alguna reflexión que me transporta a tiempos pasados de mi época de estudiante.
El recuerdo que dejan muchos profesores, y la sensación de apoyo y cariño que transmiten a los alumnos durante el periodo de acompañamiento a los mismos, en mi opinión, depende en gran medida de la valía interior humana del profesor ( no se como expresar está gran cualidad mejor, de forma mas concreta ); es decir, en muchos gremios existe profesionales vocacionales, que incluso teniendo unos mas suerte y mejores recursos que otros, durante muchos años se siguen preguntando » Cuando estoy con mi equipo y compañeros, ¿me falta algo y no llego a saber que es?; ¿Por qué no llego a conectar del todo con ellos?». Mi teoría es que los profesionales que trabajan con alumnos, sobre todo en las edades desde la primaria, ESO y bachiller, además de tener vocación, tienen una serie de aspectos humanos aumentados, que les diferencia del resto en gran medida, que es EL COMPROMISO, pues trabajan con personas EN EDAD DE FORMACION, y quizá mas importante, conocen la RESPONSABILIDAD que tienen al guiarlos y modelarlos en estos años tan importantes.
Sin menospreciar a otros profesionales, estas cualidades de los profesores son las que se quedan en el corazón y mentes de muchos alumnos, las siguen recordando toda su vida, y además, son capaces de ponerlas en practica porque las aprendieron¡¡¡¡¡¡¡¡.
Gracias
Gracias, Miguel Ángel, por tu interesante reflexión y por la parte que nos toca a las 27 personas que formamos el Nuevo Velázquez. Anímate, cuando quieras, a escribir un artículo para que se publique en «El blog del Nuevo Velázquez». Un fuerte abrazo.
Que bonita narración.
Son much@s l@s profesor@s que pasan por la vida de tod@s en la época de estudiantes, y sin querer romper esta magia, diré que en mi caso, no tod@s mis profesor@s cumplían esos requisitos, pero eran minoría, y rara vez los recuerdo, sin embargo muchos dejaron una huella imborrable en mí, los recuerdo con cariño y sé que parte de su apoyo y enseñanzas de alguna manera me han ido orientando a lo que soy hoy y he sido en mi vida.
Sin lugar a dudas creo que los profesores están hechos de una pasta especial, y los profes del Nuevo Velázquez vais sobrados de eso.
Como siempre Mil Gracias.
¡Muchas gracias por tus palabras, María Jesús, y por tu constante apoyo! Un abrazo muy fuerte.
Preciosos comentarios. El profesor es la prolongación de la educación familiar, enseña a vivir y en muchas veces la mejora o complementa. Cuantos profesores en mi recuerdo me han ayudado a llegar a ser lo que soy. Maravillosa profesión, muchísimo más importante de lo que se considera socialmente, de hecho, en los países más desarrollados está mejor considerada y remunerada, a ver si aprendemos…
En el Nuevo Velázquez siempre hemos visto una relación con los alumnos muy especial, por eso es un gran colegio.
¡Muchas gracias por tu comentario y por tus elogiosas palabras al profesorado en general y al Nuevo Velázquez en particular! Un fuerte abrazo.
Excelente artículo, me ha encantado, muy bueno
¡Gracias, Rubén! ¡Un abrazo, máquina!